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29-12-2014|17:20|Lesa humanidad Nacionales
Crónica de la última audiencia

Histórica sentencia en Monte Peloni: "La Justicia no llegó tarde: llegó"

Después de 37 años de lucha, los sobrevivientes del centro clandestino que funcionó en Olavarría celebraron un día de victoria: tres represores fueron condenados a prisión perpetua, y otro a ocho años de prisión. A Ignacio Aníbal Verdura, el mandamás de la zona, se le revocó el arresto domiciliario y será trasladado al hospital de Ezeiza.

  • Araceli Gutiérrez, la única mujer que estuvo secuestrada en Monte Peloni. Fotos: Sol Vazquez.
Por: María Eugenia Ludueña y Juan Carrá, desde Olavarría.

Desde la primera fila de la sala de audiencias, Araceli Gutiérrez -la única mujer que estuvo secuestrada en el centro clandestino Monte Peloni- escuchó la lectura sentencia tomada de la mano de la viuda de Alfredo Maccarini. En la otra sostenía un retrato en blanco y negro de Laura Carlotto, y cada tanto usaba la imagen para abanicarse. A la una y media de la tarde, el calor en la sala era agobiante, pero a nadie le importaba. Puntual, tras el cuarto intermedio, el presidente del tribunal, Roberto Falcone, se tomó unos minutos para explicar algunos puntos claves de la sentencia que leyó después. Ignacio Aníbal Verdura, jefe del Área Militar 124 y mandamás de la zona; Walter Jorge "El Vikingo" Grosse, oficial de Inteligencia de la Plana Mayor (S2) del Regimiento de Caballería de Tanques 2 “Lanceros General Paz”, y Omar "Pájaro" Ferreyra, integrante del Grupo Operaciones del Escuadrón Comando, fueron condenados a prisión perpetua. Al ex teniente primero Horacio Rubén Leites, jefe del Escuadrón “A”, del mismo regimiento, en cambio, le dieron 8 años de prisión, muy lejos de los 25 que había pedido la fiscalía. Los fundamentos se conocerán el 25 de febrero.

Lo importante para Araceli, para Silvia -la viuda de Maccarini (desaparecido)-, para Pura -la madre de Rubén Villeres- que llegó con el pañuelo blanco y caminando muy despacio del brazo de su nieto Juan Pablo -huérfanos desde los seis años-; para los sobrevivientes Carmelo Vinci y Carlos Fernández, para su hermana la Tata, y para las decenas de familiares y sobrevivientes que llenaron la sala de la Universidad Nacional del Centro, era que por fin, después de 37 años, el Tribunal Oral Federal 1 de Mar del Plata condenaba a los cuatro acusados por los crímenes cometidos en el centro clandestino de detención Monte Peloni.

Verdura, Grosse, Ferreyra y Leites escucharon las penas cabizbajos, uno al lado del otro y fuertemente custodiados por policías con escudos antidisturbios. Seguían con los mismos trajes impecables con los que acudieron a cada audiencia, pero ya no quedaba en ellos el gesto erguido y desafiante con que se sentaron el primer día del juicio, cuatro meses atrás.

Hoy por la mañana Ferreyra había pedido no presenciar la lectura de la sentencia alegando que necesitaba regresar al Hospital de Olavarría por su condición de salud. Pero el tribunal no le concedió ese privilegio: “Mirala a Pura, con más de 90 años, pesa 34 kilos, está enferma y vino a escuchar la sentencia”, decía la hija de Araceli. En cambio Araceli -la “guardiana de la memoria”, como le llaman por vivir dentro del mismo predio donde la torturaron y la mantuvieron secuestrada- creía que hubiera sido mejor que Ferreyra se fuera al hospital.

“Llevó años pero llegó. La primera vez que declaré fue en el Juicio a las Juntas. Hoy siento que por fin se hizo Justicia, y que se reconoció que a los compañeros que están desaparecidos, los mataron”, dijo Araceli, entre lágrimas y abrazos largos. Fue un juicio atípico: muchos de los sobrevivientes son amigos entre sí. Han pasado estos 37 años reuniéndose para lograr justicia y también, cruzándose en la panadería y en la carnicería con sus secuestradores.

Algunos de sus compañeros no llegaron vivos a escuchar la sentencia. “Hoy faltan varios compañeros que estuvieron con nosotros luchando, como Mario Méndez (autor del valioso Informe de la Memoria de Olavarría)  o Cassano. Pero todos ellos están hoy acá. Llevó 37 años, hoy es un día de justicia. La justicia no llegó tarde, llegó. Los que cometieron estos delitos hoy están presos”, dijo a Infojus Noticias Carlos Genson, sobreviviente.

La Tata Fernández y su hermano Osvaldo Roberto Cacho Fernández se abrazaban bajo las 35 mil flores que cubrían las paredes de la facultad. Estaban hechas de papeles de colores y habían llegado desde todo el país para recordar a las víctimas de la dictadura. “Es mucho el dolor, la condena no basta, hay muchos que todavía falta juzgar. Pero creo que mi hermano Oscarcito debe andar contento allí donde esté”, decía la Tata.

Además de las perpetuas, otra línea de la sentencia infundía alegría entre los presentes: el tribunal había decidido revocar la prisión domiciliaria de Verdura y ordenar su “inmediato traslado” al hospital de Ezeiza. Lo hizo por entender que estaba amenazando el proceso y la continuidad del siguiente tramo del juicio, Monte Peloni 2. Consideró que “las amenazas que se han vertido en este juicio han tenido como objetivo intimidar a testigos y colaboradores”. A todos los imputados, además, la sentencia les quitó las jubilaciones y pensiones.

“Verdura va adonde tenía que estar desde el primer momento”, dijo César Sivo, abogado querellante que representa a más de 20 víctimas en Monte Peloni.  “Argentina es el único país del mundo donde los condenados por delitos de lesa humanidad tienen arresto domiciliario. Llega a juicio a los 82 años porque durante mucho tiempo se demoraron estos procesos judiciales. Lo importante no es la edad que tiene, sino lo que hizo”.

Respecto de la condena de Leites, la más baja, entendió que “parece que deja un sabor agridulce, pero en la segunda parte del juicio, donde está imputado en un homicidio, seguramente le corresponderá una condena más intensa. Los procesos avanzan espasmódicamente. Hemos logrado mucho”.

“No ​pido clemencia”

La jornada había empezado a las once y veinte de la mañana, en medio del calor agobiante y con la sala repleta. Hacía tiempo que no se veía a los cuatro acusados presentes. Consultado sobre si iba a hacer uso de las últimas palabras, el exmilitar que en democracia supo ser funcionario municipal de Olavarría dijo que sí, iba a decir algo. Pasó al frente y leyó un papel escrito a máquina.

“No voy a pedir clemencia, porque es lo que piden los culpables. Pido verdad y justicia”, fue la primera frase que dijo el Pájaro, con voz temblorosa, ni bien se sentó frente al tribunal. Vestido de traje y corbata, con anteojos para ver de cerca, leyó su descargo y pregonó su inocencia. “Estoy ilegalmente privado de mi libertad en una causa basada en falsos testimonios”. Además, Ferreyra dijo: “El único remedio para sanar la triste herida de un triste y lejano pasado es la verdad”. Y apelando a sus creencias, pidió a Dios “que ilumine el camino a la hora de hacer justicia”.

Olavarría despierta

Después del veredicto, cientos de personas celebraron al aire libre. En un rincón, 116 muñecas de papel maché, con pañuelos de colores y flores en las manos, recordaban a los nietos restituidos. De ellas colgaban textos y poemas: “De una punta a la otra de la verdad, voy a levantar tu nombre como si fuera mi brazo derecho”, decía una que recordaba las líneas de Paco Urondo en una instalación del grupo Parapetón.

En el parque de la Universidad Nacional del Centro, donde transcurrió el juicio, se había montado un escenario. Los sobrevivientes subieron, levantaron los brazos y fueron ovacionados. En cambio Silvia, la viuda de Maccarini, se quedó sentada en un banco, fumando un cigarrillo. Tenía la mirada perdida en el infinito, la mano apretada en la foto de su marido -un penitenciario que sigue desaparecido-, y murmuraba: “No tengo su cuerpo, pero tengo la constancia de que lo mataron. El primer día del año nuevo, voy a levantar mi copa con Justicia, por primera vez”.​

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