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El principal problema que viven los vecinos del barrio es el habitacional que, por la contaminación del Riachuelo, repercute en la salud. El comedor “Los Ángeles” es el punto neurálgico del trabajo social, religioso y estatal. Los habitantes de la villa siguen esperando que el gobierno porteño les entregue la casa que les corresponde. El trabajo del padre Juan.
Por: Ana Fornaro / Fotos: Mariano Armagno.“¿Ves este puntito? Esa es tu villa. Se llama Villa 26”. Serafina Falagán no sabía que el asentamiento de Barracas en el que se había instalado en 1955, a los 16 años, tenía nombre. Esa tarde de 1969, en el Mercado del Plata, gracias a los integrantes del Movimiento Villero Peronista, esa inmigrante santiagueña supo que figuraba en un mapa. Existía. De aquella época no se olvida más: se reunía seguido con el padre Mugica y otros referentes barriales y se convirtió, gracias a sus gestiones para tener luz y agua, en la presidenta y delegada de la Villa 26.
Serafina lo cuenta sentada en la mesa del comedor “Ángeles”, un local que inaugura el corredor de tres cuadras a orillas del Richuelo. Se entra por la calle Pedriel y un rato después se llega al puente Bosch. En el comedor de Serafina, donde en breve las familias harán cola para buscar su vianda diaria y los niños tomarán la merienda después de la escuela, el equipo del Centro de Acceso a la Justicia de Barracas, gracias a su trabajo itinerante, atiende semanalmente las necesidades jurídicas, psicológicas y sociales de los habitantes.
Y es también en ese espacio, que cuenta con un pequeño altar con la foto del Papa Francisco y el padre Mugica, donde se realizan las misas y actividades organizadas por la Parroquia Natividad de María, ubicada a unas cinco cuadras de la Villa. El comedor “Ángeles” es el punto neurálgico de un trabajo social, religioso y estatal que ya lleva articulado cuatro años, desde que el padre Juan Gabriel Arias unió fuerzas con el CAJ, invitándolo a instalarse en su parroquia.
Las construcciones de material y chapa alojan a 250 familias, la mayoría migrantes del norte del país y de países limítrofes. Hace cuatro años todos esperan ser relocalizados. Así lo ordenó el fallo de la Corte Suprema de la Nación en la causa Mendoza, donde se estableció, entre otras cosas, que por la contaminación del Riachuelo y para su limpieza, había que desalojar los 35 metros de la orilla. La Legislatura porteña destinó tres predios en Barracas para relocalizar a los vecinos de la Villa 26: el de la calle San Antonio (donde funcionaba el edificio de Medias París), el de la calle Luzuriaga y otro en la calle Olavarría. El Gobierno de la Ciudad quiso venderlos y, gracias a un amparo, los habitantes pudieron rescatar los dos primeros. Las viviendas tenían que estar terminadas en julio de 2012. Los habitantes de la villa siguen esperando.
“Es una villa chica. Cuando yo llegué había solo cinco familias y aunque creció mucho a fines de los ’80, nunca terminó de explotar. También por eso es más tranquila. De gente trabajadora. Algunos están en blanco, otros en negro con changas”, cuenta Serafina que, con 76 años, tiene en su haber 40 años de empleada fabril y otros tantos de militante gremial. A pesar de la vida dura, del trabajo excesivo, de haber criado sola a sus cuatro hijos, esta mujer aparenta mucho menos edad. Ceba mate con un solo brazo – se fracturó hace poco en una caída y disimulará el yeso para las fotos, “por coquetería”, dice- mientras hace memoria con la ayuda de su hijo Raúl, un hombre que, como su madre, se dedica a tratar de mejorar la vida de los vecinos.
“Acá el gran problema es el habitacional, que redunda en la salud. Casi todos hemos sufrido problemas respiratorios o de piel y un relevamiento de ACUMAR mostró que muchos niños tienen plomo en sangre”, cuenta Raúl mientras llena una ficha para los subsidios del comedor.
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Cuando hablan del padre Juan, a los vecinos de Barracas se les ilumina la cara. “Es puro corazón, ha hecho mucho por nosotros”, dice una mujer de la villa. Hace diez años que se hizo cargo de la parroquia y desde entonces las cosas cambiaron mucho. Además, “es famoso”, dice Serafina con cariño. Y es verdad. Juan Gabriel Arias se hizo conocido por conjugar su pasión racinguista – que lo llevó a hacerse un tatuaje del Sagrado Corazón con el escudo de La Academia- con su labor religiosa y social. Integró la comisión directiva del club y desde allí creó grupos de trabajo que volcaron sus esfuerzos en el barrio y en la villa. La Parroquia Natividad de María – pintada de blanco con detalles celestes- fue enteramente refaccionada por voluntarios de “Racing Solidario”.
A su vez, creó un club de fútbol para niños, que ya lleva ocho años, y grupos de apoyo escolar y recreativo para la Villa 26. Pero su trabajo lo llevó mucho más lejos. Ahora está por dos meses en Mozambique preparando su instalación para el año próximo. Y desde allí se comunicó con Infojus Noticias. “Me alegra la solidaridad de la gente del barrio. Siempre colaboran con ropa o lo que sea necesario para la villa. Ahora nosotros ayudamos a otras parroquias”, cuenta.
“El trabajo de todos los curas en los barrios y villas es artesanal. Uno acompaña a una persona o situación de una manera muy personal, y no la deja hasta encaminarlo. Pero a veces los esfuerzos personales no son suficientes. Por eso es tan importante el trabajo del CAJ. Nos derivamos casos. Hacen un trabajo excelente”.
El CAJ de Barracas recibe unas 180 consultas mensuales. Atienden hasta ocho personas por día y en la puerta siempre hay algún vecino para pedir asesoramiento. Al tener menos flujo de personas que otros, trabaja con mayor nivel de cercanía y se puede realizar un seguimiento. “El hecho de estar, además de la ayuda concreta, es una ayuda existencial. Con la sola presencia no se sienten desamparados. Ven que el Estado se preocupa por ellos y está presente”, agrega el padre Juan.
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Si bien la mayoría de las consultas son por situaciones familiares: divorcios, pensiones alimentarias y casos de violencia, el gran de fondo es el habitacional. En eso coinciden los referentes de la villa 26, el padre Juan Gabriel y Román Saviotti, coordinador del CAJ. “Todo redunda en la vivienda. Ahora estamos tratando de resolver casos de personas que no fueron censadas en la villa y por lo tanto no tienen donde ir cuando sean relocalizados. A su vez hubo parejas que se separaron después del censo y se necesitan más viviendas”.
La falta de respuesta del Gobierno de la Ciudad con el atraso en la construcción de viviendas y la falta de subsidios son los principales obstáculos con los que se enfrentan los vecinos de Barracas. “Además de esto el GBCA tiene sus propios filtros. Hay que juntar tanta documentación para los trabajadores sociales que muchas veces no llegan. Y entonces nosotros los ayudamos con eso”, cuenta a Infojus Noticias Bárbara Corte, trabajadora social que, junto la psicóloga Patricia Frick, integra el área psicosocial del CAJ. A su vez, ambas coordinan su trabajo con una abogada de la Defensoría General de la Nación.
Gracias a esa labor conjunta, Beatriz Martínez, una mujer de cuarenta años víctima de violencia de género pudo separarse de su marido golpeador. Después de años de matrimonio se animó a hacer la denuncia ante la abogada del CAJ, que la derivó a la psicóloga. A su vez, Corte trabajó con ella en su inserción laboral para darle viabilidad a la separación. Luego de un largo seguimiento, la mujer pudo acceder a un subsidio habitacional y conseguir trabajo. “El caso es novedoso en tanto proviene de una mujer adulta, mayor de clase media baja pero sin autonomía económica. Esto fue posible gracias al acceso a una política pública de visibilidad de la violencia que hace años no existía. Antes era mal visto y de índole privado”, dice Corte.
El CAJ de Barracas tiene la particularidad de ocupar un lugar en el barrio y a su vez de realizar un trabajo territorial en la Villa 26. Las profesionales del área psicosocial y la abogada atienden juntas dos veces por semana, lo que evita la revictimización. A su vez, la presencia de Román Saviotti en el comedor de la villa y el trabajo coordinado con Serafina y el padre Juan Gabriel, reafirma semanalmente la presencia del Estado a las personas más vulnerables.
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“¿Puedo pasar mañana?” le dice un vecino de la villa a Saviotti cuando se lo cruza en la puerta de su casa. Y más bajito agrega: “es por el temita del divorcio”. Al coordinador del CAJ lo reconocen y saludan. Y también interpelan. Una mujer salteña le muestra la piel lacerada por la alergia, otra le habla del plomo en sangre del hijo, una madre le pide asesoramiento para su hijo. Acompañado por Serafina, que saluda a todos los vecinos, va recorriendo el corredor y preguntando por los plazos de las relocalizaciones. Pero muchos no saben. Viven entre paréntesis. “Con las valijas listas por las dudas”, dice una mujer en broma. “Pero es en serio, vivimos así”, dice Serafina cuando nos despide en la puerta del comedor.
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